Expectativas, ideas preconcebidas y prejuicios al ir de viaje

¿Cuál es la diferencia entre cómo imaginamos los destinos de viaje y cómo los vemos en realidad una vez que estamos allí? Es muy frecuente que antes de ir a un sitio tengamos un montón de información del sitio, de que hayamos visto imágenes impactantes y ensoñadoras, que hayamos hablado con gente que haya tenido experiencias extraordinarias en ese lugar. Con todo esto, nos formamos una imagen mental y viajamos con unas expectativas que corren un gran riesgo de verse defraudadas.

Es muy posible que aquella fotografía de la puesta de sol sobre el mar se hubiera tomado con el único encuadre posible que no enseñaba los chiringuitos, la cantidad de turistas, la suciedad de la arena, el bochorno exagerado o el olor a humo que en realidad había.

Es también posible que no pensáramos en que entre el aterrizaje en el aeropuerto y la llegada al magnífico hotel, hubiera que circular en una furgoneta durante una hora a través de los suburbios más oscuros del país.

Igualmente posible es que aquella habitación que estaba fotografiada en la web del hotel, que habíamos reservado porque tenía, entre otras cosas, una terraza con vistas a la ciudad, resulte que olía a pescado porque estaba junto al mercado de pescado más grande del mundo. Y que al abrir la terraza, a la vez que entraba la vista, entraba el calor del aparato de aire acondicionado y los humos de todos los restaurantes que había en el interior de la manzana.

Seguramente cuanto más leamos o veamos para preconcebir una idea del viaje, más nos daremos cuenta de que las guías, los folletos, los relatos, las recomendaciones de los amigos, tienden a evitar lo feo, lo aburrido.

Sin embargo, también puede ocurrir un efecto de fascinación ensoñadora que incluso teniendo delante la fealdad, se tienda a no verla en pro de mantener el mito. Es la idea preconcebida como vacuna.

Por otro lado, también hay que considerar cómo elementos externos pueden distorsionar la imagen que nos queda de un lugar. Porque llegar a una ciudad, bajar del tren y recibir 25º de temperatura, un 100% de humedad, una lluvia ligera y una población sudando sin parar; pasar seis horas en ese ambiente, caminando para llegar a los sitios turísticos, con la camiseta tan empapada que ya no parece ni que esté mojada; al final, de la ciudad sólo queda esto, pero poco de lo que en realidad íbamos a ver.

Pero paradójicamente, en lo que recordamos después, en las ideas que transmitimos cuando enseñamos las fotos del viaje -por ejemplo- también acabamos evitando lo feo y lo aburrido. Y empieza de nuevo el ciclo que alimenta las expectativas del próximo visitante. ¡Viva el mundo de la ideas! ¿Viva?

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